sábado, 28 de enero de 2012

La mesa limón (2004) de Julian Barnes (1946)


Perteneciente a esa generación de autores británicos e irlandeses de excepción como Ian McEwan (1948), Martin Amis (1949), John Banville (1945), Barnes destaca por un humorismo lúcido y elegante. Entre sus obras recordamos: El loro de Flaubert (1984), Una historia del mundo en diez capítulos y medio (1989), Arthur & George (2005), y la más reciente The sense of an ending (2011), premiado con el Man Brooker price del pasado año y aún no editada aquí.

Para los chinos el limón es el símbolo de la muerte y el músico Sibelius, en el undécimo cuento Silencio, que cierra el libro nos lo aclara:

Salgo a cenar solo y reflexiono sobre la mortalidad. O voy al Kämp, para hablar de este tema con otros. El extraño asunto de Man lebt nur einmal (sólo se vive una vez). Me sumo a la mesa limón. Allí está permitido – de hecho obligatorio- hablar de la muerte. Es de lo más cordial. 
   
Todos los cuentos del libro, como aquella estupenda novela de Muriel Spark Memento Mori, nos hablarán de la vejez, de la enfermedad y de que todos los ríos van a parar a la mar. En Una breve historia de la peluquería cuenta una vida en tres momentos en una barbería. La historia de Mats Israelson evoca los amores cruzados e inconfesos de las clásicas novelas inglesas del XIX. La de cosas que sabes, dos ancianas hablan y hablan de naderías, mientras callan los hechos ocultos que cada una conoce de su amiga. Higiene muestra una rutina rota por la muerte. El reestreno cuenta el bello amor otoñal de Turgenev. Vigilancia, un cascarrabias relata su obsesión por los ruidos del público en los conciertos:
Como digo, el público del Festiva Hall era normal. El ochenta por ciento, con permiso de día de los hospitales de la ciudad, cuyos pabellones de pulmón y departamentos de otorrinolaringología tenían prioridad para las entradas. Reserva ahora un asiento mejor si tienes una tos que supera los 95 decibelios. Al menos la gente no pedorrea en los conciertos: Yo nunca he oído a nadie echarse pedos, ¿y ustedes? Lo cual me da la razón en parte: si puedes reprimir un extremo, ¿por qué no el otro?        

Cuatro cuentos más completan este libro, difícil por su tema, pero inteligente por el espacio que sabe crear en pocas líneas, la elección del narrador, lo que muestra, oculta y sugiere, y la ironía que preside todo el relato.

Le  he puesto xxxx  y está a vuestra disposición.

Rafa

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