En
la novela El mapa y su territorio, reseñada
recientemente en el blog, Houellebecq hace el siguiente comentario sobre
William Morris:
Hacia el final se
adhirió al marxismo, pero al principio era distinto, realmente original. Parte
del punto de vista del artista cuando produce una obra, e intenta generalizarlo
en el conjunto del mundo de la producción: industrial y agrícola. Hoy nos
cuesta imaginar la riqueza de la reflexión política de aquella época.
Chesterton rindió homenaje a William Morris en El regreso de Don Quijote. Es
una novela curiosa, en la que imagina una revolución basada en el retorno al
artesanado y al cristianismo medieval que se extiende poco a poco por las islas
británicas, suplantando a los demás movimientos obreros, socialista y marxista y
que conduce al abandono del sistema de producción industrial a favor de
comunidades artesanales y agrarias. Algo absolutamente inverosímil, tratado en
una atmósfera de hadas, no muy alejado del Padre Brown. Creo que Chesterton
puso en este libro muchas de sus convicciones personales. Pero hay que decir
que William Morris, a juzgar de todo lo que se sabe de él, fue una persona
extraordinaria.
De
Morris tenía noticia, pero de mi querido Chesterton desconocía esta faceta, que
sin embargo encaja en un hombre que era modelo de independencia intelectual, fe
cristiana, humorismo y humanidad.
Chesterton
propone una tercera vía frente al capitalismo y el socialismo, que denomina
Distribucionismo y defiende el mayor reparto posible de la propiedad privada en
la sociedad, y cuyo modelo veía en las comunidades medievales donde el artesano
podía realizar con placer cosas bien hechas, quizá no perfectas pero amables en
oposición a objetos sin vida producidos en nuestros días masivamente por
máquinas. Desde 1924 hasta su muerte en 1936 fue el incansable defensor de este
sistema que no llegó a ver hecho realidad.
Esto
me animó a leer el libro de Chesterton, en la edición de Cátedra, con una introducción
muy interesante de más de 160 páginas.
Estamos
en la Inglaterra
contemporánea, en una sala de una abadía, preparando el ensayo de una leyenda de
juglares por un grupo de actores aficionados. La obra se representará y los
actores desearán no cambiar de atuendo. Los personajes son cuerdos, pero están
algo locos: hay uno o más Don Quijote.
El
libro no es exactamente lo que dice Houellebecq, pero lo sugiere. Tiene muchas
virtudes y algunos defectos, por lo general de ritmo narrativo, muy típicos de
este autor: a veces los acontecimientos corren mucho más que la lógica del
lector, o la acción se detiene en un largo discurso.
Al
final de la novela un personaje dice:
El error de Don Quijote no fue tanto
atacar a los molinos como no haber luchado contra los molineros, primeros
burgueses de la historia medieval.
Me
ha gustado y le he puesto xxxx y
está a vuestra disposición.
Un
abrazo
Rafa
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