En
En la lucha final (1991), en La caída de Madrid (1997), o en el libro
que nos ocupa, la construcción es semejante, consiste en presentar a los
personajes mediante largos monólogos interiores, donde muestran su situación actual
en contraste con los ideales del pasado, que a lo largo de sucesivos monólogos se
irán crudamente degradando hasta su destrucción en amargo desencanto.
Los
personajes están muy bien dibujados, quizá en exceso, se nota demasiado la
presencia del autor, como también en el desarrollo de la historia y en su
remate final. El pesimismo de Chirbes puede con todo y a mi entender resta libertad
y vida a las historias.
La piedad se evapora con el tiempo. Los
jóvenes estáis deseosos de ayudar, de intervenir. Arriesgáis vuestra vida por
una idea, por un amigo, os mataríais por demostrarle a alguien amor, sin daros
cuenta que la vida es lo más fácil de entregar; de que el día a día es lo más
difícil, lo que quema, lo que lo convierte todo en nada. A los sesenta años la
piedad es sólo un gesto de cortesía como el que se hace al dejar el asiento en
el metro, al cederle el paso en una puerta a alguien que va cargado con
paquetes. Mecánica. Las emociones se gastan, el hombre no posee un caudal
inagotable de emociones, ni mucho menos. A lo mejor los científicos tienen
explicaciones para eso, cuestión de terminales nerviosos.
Tengo en la biblioteca sus
celebrados: Crematorio, ya
comentado en este Blog, y En la orilla, que
espero leer próximamente y volver a disfrutar con este honesto autor.
A Los viejos amigos le he puesto XXX1/2 y está a vuestra disposición.
Rafa