sábado, 14 de abril de 2012

Retrato del artista adolescente (1914) de James Joyce (1882-1941)


La obra de Joyce es aparentemente corta: dos libros de poemas; un drama, Exilados (1914); un libro de relatos, Dublineses (1914), comentado en este blog, y cuyo último cuento, Los muertos es uno de los más bellos en lengua inglesa; y tres novelas: Retrato… objeto de esta entrada; Ulises (1922), auténtico libro de culto, que no he leído y al que espero hincarle el diente este año y Finnegan’s Wake (1939) aún más revolucionario y de muy difícil lectura.
Todos nos hablan de Dublín y de sus gentes, ciudad que prácticamente abandonó en 1904, para sólo volver en escasas y breves visitas. Creó una nueva forma de escribir que renovó la literatura.

Retrato… es una obra de clara inspiración autobiográfica que se publicó entre 1914 y 1915 en la revista The Egotist  (magacine anarco-individualista de Londres, considerada la revista de vanguardia más importante de Inglaterra). La imagen que acompaña a la entrada corresponde a la edición española de 1926, traducida por el gran poeta y Director de la Real Academia Dámaso Alonso, con el seudónimo de Alfonso Donado. Mantiene su frescura y es la que he leído en la edición de Lumen de 1976.
La última página del libro indica los lugares y fechas de inicio y terminación del texto Dublín, 1904-Trieste, 1914. Su título inicial fue Stephen el héroe. 

El relato está escrito en tercera persona y en forma de monólogo interior, nuevo en esa época. Dividido en cinco capítulos, que sin una clara división avanzan desde la infancia-los primeros estudios en los jesuitas-la política-el pecado-los ejercicios espirituales-el infierno-la confesión-la crisis espiritual-la universidad y la partida. El estilo de escritura va variando en cada período, desde el elemental del niño al elaborado del universitario.
El alter ego de Joyce es Stephen Dédalus (nombre lleno de sugerencias: arquitecto del laberinto de Creta o imaginativo creador de artes para escapar: alas o velas) que lucha por superar la vulgaridad que le rodea y las ataduras de patria, lengua y religión.

Nace el alma. Su nacimiento es lento y obscuro, más misterioso que el del cuerpo mismo. Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las he de procurar escaparme. 

Mas adelante vuelve sobre esta obsesión:

Me has preguntado qué es lo que haría y qué es lo que no haría. Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.

Y creo que lo logra con momentos muy bellos que llama de Epifanía (cuando el alma del objeto más común nos parece radiante) u otros de grata armonía:

Cuando se cansaba la mente de rebuscar la esencia de la belleza entre las obras espectrales de Aristóteles o del de Aquino, se volvía a menudo en busca de placer a las canciones de los poetas de la época de Isabel. Su espíritu, como un monje escéptico, gustaba de detenerse en la sombra bajo los ventanales de aquella época, para oír la grave y burlona música de los tañedores de laúd o las sonoras carcajadas de las mozas del partido, hasta que una risotada demasiado plebeya o una frase oxidada por el tiempo, llena de pundonor añejo y falso, herían el orgullo monástico y le hacían apartarse del escondite.

Le he puesto xxxx y está a vuestra disposición.
Rafa

1 comentario:

Diego dijo...

Muchas gracias por la crónica. Magnífica. Joyce cuenta una historia que muchos conocemos, la historia de la vida y del desarrollo personal. Las frases que has señalado podrían aplicarse a toda la gente, que supongo que es mucha, que ha tenido esas mismas inquietudes de agobio por los condicionantes que suponen la lengua, la nacionalidad, o las costumbres. Un canto a la libertad.
Leí en su día Dublinesses y coincido contigo en que el último relato es el mejor y un "dejá vue", quizás por lo hayamos visto en la pantalla.
Gracias de nuevo.