En
intocable, o en paria, se convierte Victor Maskell, historiador de arte,
admirador y experto en Poussin, pintor francés del siglo XVII y curator de la colección de pintura de la
familia real, cuando Margaret Tatcher hace público que también ha sido un topo infiltrado, es decir un espía ruso,
durante más de treinta años.
El
personaje está claramente basado en Sir Anthony Blunt, uno de los cinco de
Cambridge: Anthony Blunt, Kim Philby; Donald MacLean, Guy Burgess y John
Cairncross, que fueron reclutados por la NKVD , luego KGB, en los años treinta en el
Trinity y King College de dicha ciudad.
Parece
que John Banville presenció en la
BBC , después de conocerse su traición, un reportaje de la rueda
de prensa dada por Blunt, y que éste, al inicio, al no sentirse enfocado, dejó
escapar una misteriosa sonrisa que atrajo la atención de nuestro autor y nació el
interés de escribir sobre él.
Maskell
(¿una máscara?), retirado en su piso londinense, relatará sus recuerdos a la
tímida señorita Vandeleur, en un tono de humor, con ambientes y personajes al
estilo de Evelyn Waugh, y tratará de explicar, por qué un hombre que
desprecia a los rusos y no le gusta el
marxismo ni el comunismo puede haber llegado a ser espía. Usará varias
explicaciones, ninguna realmente convincente.
Es
una larga historia con capítulos excelentes. El noviazgo, petición de mano y
matrimonio con Nena. El
descubrimiento de su homosexualidad, bajo un tremendo bombardeo nocturno en
Londres. La recuperación de cartas comprometedoras de la corona: preparación
con Jorge VI y encuentro con el primo Willi en el castillo de Altberg en
Baviera. Y un final de novela de espías del mejor estilo.
Banville
domina la ternura y la ironía como los grandes novelistas ingleses saben tan
bien hacer. Creo muy acertada la concesión del Príncipe de Asturias de este
año. El libro está a vuestra disposición y le he puesto xxxx.
Rafa
1 comentario:
Gracias Rafa por recomendarnos otra novela de este gran autor al que yo he conocido gracias a tí y de cuyas novelas he disfrutado muchísimo.
Difícil evitar algunas sonrisas leyendo a Banville.
Un abrazo.
Diego
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