El
autor tiene una larga carrera docente y es considerado el padre de una nueva teoría
crítica de la historia que busca unificar: literatura, contexto histórico y
cultura. Actualmente es Professor de Humanidades
de la Universidad
de Harward y recibió por este libro el National Book Award del 2011 y el Premio
Pulitzer del 2012 en el apartado de No Ficción.
En
un momento histórico delicado, durante el concilio de Constanza (1414 -1418)
que daba fin al cisma de la
Iglesia , Poggio Brancciolini, cesante como secretario apostólico
del recientemente destituido Papa Juan XXIII (nombre que quedó vacante hasta
que nuestro querido Roncalli lo tomó en 1958), se encuentra ante una estantería
de la biblioteca de un monasterio, probablemente Fulda en Alemania, y halla un extenso
poema perdido De rerum natura (La
naturaleza de las cosas) de Lucrecio (siglo I a. C), poeta romano discípulo del griego Epicuro (siglo
IV a. C.),
defensor del amor y de la búsqueda de una buena vida y de la felicidad y
también del filósofo y físico atomista Demócrito
(siglo V-IV a. C): el principio de todas las cosas son los átomos y el vacío y todo lo
demás es dudoso y opinable y lo que existe en el mundo es fruto del azar y de
la necesidad.
La búsqueda de textos
antiguos había empezado el siglo anterior. Petrarca
lo hizo con un sentimiento superior al de cualquier descubrimiento de tesoros,
“que solo ofrecen un
placer mudo y superficial, en tanto los libros deleitan hasta lo más profundo,
dialogan con nosotros, nos asesoran y están ligados a nosotros con una
intimidad viva e intensa”. (pag.108)
Poggio
al encontrar este libro revolucionario y marcadamente heterodoxo, reabría una nueva
forma de pensar que lanzaba al mundo a la modernidad, vital para el
renacimiento de las ideas e influyente en Giordano Bruno. Montaigne, Shakespeare,
Galileo, Erasmo, Maquiavelo, Newton, Einstein, Monod y tantos otros
… estaba liberando algo que suponía una amenaza para todo su universo
mental… recuperar las huellas perdidas del mundo antiguo era la finalidad más
elevada de su vida, de hecho el único de sus principios que no estaba
contaminado por la desilusión y la risa cínica. Pero al hacerlo es probable que
dijera las palabras que según se cuenta, pronunció Freud ante Jung cuando se
dirigían al puerto de Nueva York para recibir los entusiastas elogios de sus
admiradores americanos “¿Acaso no saben que les traemos la peste?”. (pag.160)
Hay
momentos, raros y poderosos, en los que un escritor, desaparecido durante largo
tiempo de la faz de la tierra, parece que se planta delante de ti y te habla
directamente, como si te trajera un mensaje que nada tuviera que ver con los
demás. Da la sensación de que Montaigne
experimentó ese lazo de intimidad con Lucrecio, un lazo que lo ayudó a captar
la perspectiva de su propia desaparición. (pag.213).
Sus ensayos contienen casi cien
citas de Sobre la naturaleza de las cosas,
y están embebidos de su filosofía,
Sin
embargo lo más atractivo de este ensayo es la pasión con que Greenblatt nos habla
de los libros, de los papiros, las tintas, las bibliotecas, los copistas y la disciplina
de los monjes que los mantuvieron vivos en los monasterios y de los muchos que
se han perdido. De los que los que los buscaron, encontraron y amaron como a
seres humanos vivos.
Le
he puesto xxxx1/2
y está a vuestra disposición. Se deberá tener presente la advertencia que se hacía
en los conventos medievales para conservar sus preciosos manuscritos:
Al que lo robare o
tomare prestado y no lo devolviere a su propietario, que este libro se
convierta en una serpiente cuando lo tenga en sus manos y lo muerda. Haga que
le dé una perlesía y todos sus miembros queden mustios. Que se consuma de dolor
pidiendo a gritos clemencia y su agonía no cese hasta quedar deshecho. Que los
gusanos corroan sus entrañas en nombre del Gusano que nunca muere, y, que
cuando llegue al castigo final, que las llamas del infierno le consuman para
siempre. (pag. 34)
Creo
que los frailes se pasaban un poco.
Un
abrazo
Rafa
1 comentario:
¡Magnífica entrada! Sugerente. Me lleva a desear leer este libro.
No hay nada como los clásicos de vez en cuando.
Libro que apuntaré el primero en la larga lista de pendientes. También me apunto a Lucrecio, de quien no he leído nada.
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